Creo que fue John Lennon quien dijo que «la vida es lo que te ocurre mientras estás ocupado haciendo otros planes». Tengo que admitir que, aunque he vivido intensamente hasta ahora, durante los últimos dos años me he distraído en ocasiones haciendo planes futuros y soñando despierta con el día en que pueda hacer el peregrinaje de El Camino de Santiago. Los pasados años han sido retantes tanto a nivel físico y emocional como en lo personal, profesional, en mi matrimonio y mi familia. Definitivamente, hacer una pausa y alejarme de todo (y de todos) por unos días no me vendría nada mal.

Mi abuela paterna, Chelo Lago Padín, era oriunda de Villa García de Arousa, provincia de Pontevedra en Galicia y allí nos quedábamos durante nuestras visitas en casa de mi bisabuela Blanca, o Meniño como le decía mi papá. Desde pequeña he tenido la gran fortuna de poder visitar en repetidas ocasiones la ciudad de Santiago de Compostela, capital política de la región de Galicia, España. Durante mis paseos por el centro histórico de ésta hermosa ciudad, observaba con fascinación como iban arribando los peregrinos a la plaza y a la Catedral con sus bastones, conchas, mochilas y capas llenos de júbilo y siempre decía para mis adentros, «algún día lo haré yo…»

Recuerdo de niña escuchar las historias de cuando el Tío Marcel hizo recorridos por algunas partes de España a caballo en los años 70, algo que me causaba mucha curiosidad. El siempre me dió la impresión de ser un hombre arriesgado, algo Quixotesco, con su gran bigote, elocuente, y me parecía que tenía una personalidad imponente, excéntrico, aunque muy cariñoso y atento cuando les visitábamos. Lo poco que le conocí, creo que al igual que su hermano, el Sr. Manuel Fraga e Iribarne quien fue Ministro de Turismo, Embajador de España en Inglaterra, Fundador del Partido Popular de España y Presidente de Galicia por muchos años, era una figura bastante polarizante, es decir, no era de «paños tibios». De todos modos, les cuento que mi tía abuela María Blanca conoció a Marcel mientras eran estudiantes en la Universidad de Santiago de Compostela. Se casaron y tuvieron 6 hijas, María Blanca, Margarita, Patricia, Maribel, Mónica y la pequeña Lucía, que es la más contemporánea conmigo. Debido al trabajo de Marcel como diplomático y cónsul, ésta familia vivió además de en España de forma intermitente, en Argentina, Alemania, Marruecos y Francia, donde murió Marcel en un incendio en el Consulado de España en Montpellier a los 55 años a fines del año 1983. María Blanca y algunas de sus hijas todavía viven en la región gallega así como otros familiares muy queridos de parte de mi abuela paterna.
Mi hijo mayor, Emilio, cumplió 13 años el pasado enero (2015) y acordamos que para celebrarlo, haríamos un viaje juntos, solos él y yo, como un «rite of passage» de niño a mini-hombre y, debido a limitaciones de tiempo, escogimos hacer el último tramo, solamente la parte Gallega, del Camino Francés. Además, en una visita reciente a Puerto Rico de mi tía Lili, quien vive en Houston, Texas y es la menor de las hermanas de mi padre, le comentamos de nuestros planes y también decidió unirse a la travesía.
En fin, que seremos 3 peregrinos en diferentes etapas de nuestras vidas, haciendo aproximadamente los últimos 150km (94 millas) de El Camino de Santiago para lograr La Compostela. Comenzaremos en O’Cebreiro, a pie, durante 8 días más el día de llegada y de finalizar, que suman 10. Me hace mucha ilusión éste viaje pues creo que será una experiencia única e inolvidable para todos donde podremos disfrutar de la compañía de cada uno en un entorno lleno de belleza natural, arte, historia y sin las distracciones de la vida cotidiana. ¡Ya nos compramos los tenis para hacer senderismo (hiking) y estamos entrenando en ellos para que el pie esté acoplado al zapato cuando llegue el momento de llevar a cabo nuestra aventura de verano!
Aunque crecí en un hogar muy arraigado a la religión Católica, mi deseo por hacer El Camino nunca ha sido por motivos religiosos ni mucho menos como penitencia o sacrificio. Siempre he tenido un criterio muy independiente en cuanto a éstos temas. Creo en la espiritualidad, en hacer el bien sin mirar a quien, en aprender de las enseñanzas de Jesús, pero no estoy de acuerdo con ciertos dogmas religiosos «across the board» que me parecen discriminatorios, anticuados y limitantes en el desarrollo del ser humano (ese es tema para otro blogpost). Me fascinan los slogans de «kindness is my religion», «live and let live» y «no hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a ti.» La salvación para mi es el legado de vivencias y enseñanzas que le pueda dejar a mis hijos y como consecuencia, a los que nos ha tocado compartir el mismo espacio y tiempo, en cuanto a como ser siempre bueno, luchador, cariñoso, servicial, aprender de los errores y vivir a plenitud. Promover el amor, el perdón, las segundas oportunidades, la tolerancia, colaboración y la inclusión. Más bien, veo esta travesía como una oportunidad de hacer un alto en la vida tan agitada que llevamos, de introspección, de desapego a lo material, de frugalidad, de camaradería, de estar en contacto con la naturaleza y de seguirle los pasos a los millones de peregrinos que han dejado huellas por esos lares, la tierra de mis antepasados, cada uno con su historia y con sus intenciones particulares.

Siempre he tenido esa inquietud de viajar, de conocer nuevos horizontes, hacer nuevos amigos, zambullirme en nuevas culturas y aprender nuevos idiomas. Los colores, los olores y los sabores son distintos en diferentes partes del mundo. Me preocupo porque mi pasaporte esté al día en todo momento por si acaso me surge un viaje impromptu, (algo que rara vez pasa, pero vamos). Despiertan en mí sentimientos de culpa, como si fuera una niña caprichosa y malagradecida de todo lo bueno que me ha dado la vida hasta ahora, cuando de repente me levanto un día con deseos de hacer una pequeña mochila y dejar todo atrás para pasar un tiempo indefinido en otro lugar, como «ciudadano del mundo». Me hago de la idea que estoy sentada en un tren entre desconocidos, sin rumbo, haciendo el plan día a día. A veces, me imagino que me mudé a Paris a aprender sobre haute cuisine y tomar clases de francés, que trabajo dando lecciones de inglés o cocinando en un restaurante y por el lado, en mi tiempo libre, aprendo el arte del acuarela en el Louvre con un maestro muy guapo, parecido al actor protagonista de la película Ameliè, a Roger Federer o a Hugh Jackman, si me dan a escoger.
De pronto, «reality kicks in» y me doy cuenta que es sólo una quimera. En un instante, vuelvo a la vida común y corriente de mujer casada, madre de dos niños pequeños, que se siente joven y moderna pero que entre las responsabilidades, compromisos, los achaques del cuerpo y las arrugas emergentes al mirarse en el espejo le recuerdan todos los días que los años no pasan en vano y la vida se apaga. Es en ese momento que la razón puede más y sopeso las prioridades en mi vida escogida para poner todo en perspectiva.
La realidad indiscutible es, que aunque tuviese fondos ilimitados en la cuenta de banco, lo cual no es mi caso, todos tenemos que sacrificar unas cosas para tener otras y no hay duda de que disfruto mucho mi vida familiar, de mis buenas amigas y sobre todo, del rol de madre. Mi vida no es insignificante, soy indispensable en mi familia y sé que hago la diferencia en la vida de muchas personas, pero creo es parte de la naturaleza humana a veces ser egoísta, aunque sea sólo en pensamiento y no tomes acción. He descubierto que para mantenerme motivada y con «joie de vivre», debo encontrar la magia en las pequeñas cosas de la vida, el paraíso en mi Puerto Rico, que los ratitos buenos sean más que los malos con mi pareja y al final del día, tener la esperanza de que más adelante, haya tiempo, dinero y salud para dar rienda suelta a la nómada que habita dentro de mí.

No tengo muchas expectativas de lo que será para mí El Camino. De la vida he aprendido que las ideas preconcebidas lo que traen son frustraciones, injusticias y decepciones. «It is what it is and you go with it». Tampoco, lo hago porque pretendo recibir indulgencia plenaria. Estoy muy lejos de la perfección y mis «pecados» tampoco son mortales. Me caigo, me levanto, me sacudo y sigo adelante. Hago un esfuerzo diario en mi vida de dar amor, hacer el bien en mi casa y mi comunidad, de ayudar a los demás en lo que esté a mi alcance, de no pasar juicio y de respetar al prójimo. La caridad comienza por la casa y perdonándose uno mismo. Mi conciencia está tranquila, me disculpo cuando es necesario, doy las gracias, soy amiga y compañera fiel y demuestro afecto sin recelo.
Sin embargo, a 100 días de montarme en el avión para recorrer a pie una parte del Viejo Mundo, aprovecho para entrar en un período de reflexión, de auto análisis y de reorganizar mis pensamientos para ir preparada mental y espiritualmente y poder aprovechar la oportunidad que nos brindará El Camino para de alguna forma crecer y evolucionar. En ésta, lo que llaman algunos la mitad de la vida, quisiera despojarme de la carga emocional que pueda estar drenando mi buena energía o interfiriendo en que yo pueda dar lo mejor de mí a mis seres queridos y sacar lo óptimo de lo que me ofrece la vida. El bagaje en El Camino de Santiago, así como en alusión a la vida, no sólo debe ser liviano en la mochila, sino liviano en el espíritu. Quien sabe? Quizá entre la juventud de mi hijo y la sabiduría de mi tía, pueda reconectar con mi yo interno y recargar baterías. Quizá durante esta pausa se fortalezca mi alma, sanen algunas heridas, renazcan fuertes emociones y revivan mis ilusiones. Quizá deje por allí unos trapitos viejos que ya no les tengo uso y suelte unas piedras que han hecho de mi existencia en los últimos años un poco pesada. Ya veremos…

